Corría el 1943 cuando Albert Hofmann se encontraba sintetizando muestras de LSD para su posterior estudio, convencido que podía tener grandes usos, pese a que durante años los informes de laboratorio que le llegaban eran que no había nada interesante o destacable en los resultados.
Hubo un día, más concretamente un 19 de abril de 1943, en que Hoffmann decidió tomar voluntariamente una dosis de LSD-25, unos 250ug, pensando que era minúscula. este ignoraba el poder psicoactivo de la substancia que había creado. Para ponerlo en contexto, un tripi suele contener entre 60ug y 150ug.
Después de tomar la dosis se fue a casa en bicicleta. De ahí surge la icónica imagen. El viaje se le hizo eterno: -“Todo en mi campo de visión ondulaba y se veía distorsionado como si lo estuviera viendo en un espejo curvado. Sentía que no me podía mover del lugar, que no avanzaba. Después, mi asistente me dijo que, por el contrario, íbamos muy rápido.”, escribió en sus memorias Cómo descubrí el ácido y qué pasó después en el mundo. Cuando llegó a casa, le parecía que su vecina, a la que le había pedido leche para contrarrestar la intoxicación, era una bruja que le quería hacer daño. Sintió que se estaba volviendo completamente loco o muriendo e hizo que su ayudante llamara una ambulancia. Cuando llegó, el panorama era muy diferente. Albert había revivido su nacimiento y se sentía de maravilla.
En medio del viaje lisérgico, aún en plena confusión, con miedo a morir y presa del pánico, sabía que había encontrado algo inesperado y muy potente.
“Fui transportado a otro mundo, otro lugar, otro tiempo. Mi cuerpo parecía no sentir nada, sin vida, extraño”, dijo años después.
Cuando el efecto se diluyó, Hofmann notó que la resaca era dulce y placentera, que lo rodeaba un estado de paz, que todo a su alrededor parecía más luminoso . Sentía que flotaba y que su sensibilidad había aumentado. Un extraño optimismo lo dominaba.
Después de esta experiencia, Hofmann se puso a trabajar y a estudiar más a fondo la sustancia. La conclusión fue la misma en laboratorio que la que había experimentado en su cuerpo. No había alteraciones fisiológicas sino que todo sucedía en la mente y en las percepciones. El LSD ampliaba el horizonte, expandía lo conocido hasta límites insospechados.
Con el tiempo y tras muchas experiencias lisérgicas tuvo un sentimiento de amor extático y de unidad universal. “Y tener esa experiencia epifánica enriquece la vida” dijo.
Para él lo más importante no era la experiencia placentera, lo sensorialmente extraordinario, sino el sentimiento de unión con el mundo, de universalidad, de hermandad que producía. Esa especie de paz superior. Admitía e instaba su uso para fines psiquiátricos, creía que era conveniente y beneficioso.
Para él debía tenerse con el LSD la misma relación que tenían los pueblos primitivos con las plantas sagradas. Respetuosa, cautelosa, reverencial, espaciada en un ámbito de cuidado, con una búsqueda espiritual.
Consideraba su descubrimiento como una medicina para el alma.
En sus últimos años de vida dejó de utilizar LSD. “Ya experimenté demasiado”, dijo. Y sólo aceptó que podría volver a la experiencia lisérgica nada más que en un momento cercano a la muerte, como había hecho en su momento Aldous Huxley, que aquejado por un invasivo cáncer de garganta, le pidió a su esposa que le suministrara LSD en sus momentos finales para tener una despedida alucinógena, caleidoscópica y lisérgica.
Bibliografía
El camino del psiconauta, Stanislav Grof
Cómo descubrí el ácido y qué pasó después en el mundo, Albert Hofmann
Matías Bauso, mbauso@infobae.com